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sábado, 26 de octubre de 2013

Amores perros

Perros callejeros, Elmore Leonard

Cundo Rey y Jack Foley se hacen amigos en una cárcel de Florida. Cundo es un marielito y exbailarín de club nocturno que sobrevivió a tres balazos (*), se hizo rico vendiendo drogas a los actores de Hollywood, y terminó condenado por asesinato. Foley, famoso ladrón de bancos que nunca iba armado, estaba preso desde que lo mandó, bala mediante, la agente federal Karen Cisco (**). En la cárcel de Glades Cundo y Jack se hicieron inseparables: se hicieron perros callejeros, road dogs. Pasaban todo el tiempo juntos, y Cundo le hablaba a Jack de su fortuna y de sus casas en Venice Beach, todas a nombre de su amigo, también cubano, Jimmy “el Monje” Ríos. Le hablaba de su novia, la despampanante Dawn Navarro (***), y de cómo ella permanecía fiel y enamorada, esperándolo. Tan buen amigo resulta Cundo que un día paga 30 de los grandes a una famosa abogada, y logra que Jack salga de prisión. Cundo le pide, por el momento, un único favor a cambio: que vaya a cuidar de la bella Dawn a una de sus casas de Venice. Y Jack va. Desde luego, es fácil imaginar que entre ellos dos habrá más contacto que el que Cundo hubiera autorizado. Y lo hay.

Dawn, que sostiene que en otra vida fue reina en el Antiguo Egipto, “trabaja” de médium para las millonarias insatisfechas de Hollywood. Así es que le pide ayuda a Jack para, juntos, estafar a una viuda que quiere desalojar de su casa el espíritu de su marido. Y él, sin gran entusiasmo, se deja convencer. Pero lo que tiene preocupado a Jack es qué le va a pedir realmente Cundo a cambio por aquel favor de la abogada. Sobre todo cuando se entera que Cundo será liberado en pocos días. ¿Le pedirá armar algún atraco bancario? ¿Y Dawn? ¿No parece que ella tuviera sus propios planes para él? ¿Acaso usarlo para quedarse con la fortuna del cubano? En resumen, todos quieren algo de Jack. Pero Jack sólo quiere vivir en paz.

Perros callejeros tiene todo lo que entrega cualquiera de las buenas novelas de Leonard: diálogos excelentes, anécdotas que son cuentos dentro de la novela, una galería de extravagantes personajes secundarios (entre los que destaca Lou Adams, el agente del FBI obsesionado con Jack, que quiere atraparlo robando un banco y volcar toda la historia en un libro) y los acostumbrados guiños para cinéfilos.

Pero es la tensión entre Cundo, Dawn y Jack la que mueve la historia. Nadie confía mucho en nadie. Todos parecen simpáticos y cool, pero en realidad son peligrosos y, a veces, para peor, bastante estúpidos. No parece que nada suceda ni vaya a suceder, hasta que sucede. Hay mucha charla y mucho humor, hasta que en un momento —no cualquier momento sino el momento justo— la violencia estalla, y estalla en serio (gente termina en freezer).

Es pública la admiracien Riding the rap, vela anterior de Leonard. es d  pero en realidad son bastante peligrosos y, algunos, bastante estfinal yón que tengo por Elmore Leonard. No encontré todavía una novela suya que no quisiera recomendar. La excelente Perros callejeros, esta historia sobre la amistad, la lealtad y el precio de algunas personas, no es la excepción. Publicada en 2009, es una de las últimas novelas de Leonard traducidas al español. Un dato que cobra un nuevo significado ahora que Elmore colgó los guantes y le dio descanso a la vieja IBM.


Traducción: Catalina Martínez Muñoz

9/13

(*) en el final de Joe LaBrava, publicada en 1983, el fotógrafo protagonista del título dispara tres balazos a Cundo Rey. Elmore Leonard ha dicho en una entrevista que, interesado en incluir a Cundo en una nueva novela, fue a revisar ese final para constatar, con alivio, que en ningún lado decía que Cundo hubiera muerto. Fue entonces inventarle una terapia intensiva, un par de delitos más, una estadía en la cárcel con Jack Foley, y listo: Cundo ya podía protagonizar Perros callejeros.

(**) Jack había secuestrado —y enamorado— a Karen en Out of sight, novela de 1996


(***) Dawn también aparece en una novela anterior de Leonard. Es en Riding the rap, publicada en 1995, aparentemente no traducida al español.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Lluvia que cae sobre el alma


Dura la lluvia que cae, Don Carpenter

El dato de la existencia de esta novela me llegó primero, cuándo no, por la recomendación de Montse, la librera de la Barceloneta. Juro que, tiempo después, también he leído la opinión de Andreu Martín en algún lado, aunque ya no puedo encontrarla ni exprimiendo el Google… Ambos la elogiaban de tal manera que decidí conseguirme un ejemplar: free shipping desde vaya uno a saber dónde, noventa días más tarde estaba en mi puerta.

La historia, que Carpenter organiza en tres partes y un epílogo, comienza antes del nacimiento de Jack Levitt. Su madre, una adolescente fugada de casa, conoce a un vaquero pendenciero y borracho. Estamos a fines de los años 20, en plena crisis. Adolescente y vaquero se escapan juntos, su relación es breve y violenta. El resultado: un bebé abandonado en un orfanato. Es el pequeño Jack. A pesar de tibios intentos de su padre por encontrarlo, el niño nunca conocerá a sus progenitores: a él un caballo le patea la sien; ella, en cambio, prefirió para sí una escopeta de diez cartuchos.

Ya en 1947, el país marcha a toda máquina. Pero no todos viven la explosión de hueca felicidad que significa la posguerra para el Imperio. Siempre están los excluidos, como Jack y sus amigos. Escapado del orfanato, Jack es un muchacho muy duro. Lo suyo es la pelea. Se dedica a holgazanear en los salones de billar de Portland. Allí conoce a Denny Mellon, y al negro Billy Lancing, un prodigio jugando al billar en cualquiera de sus variantes. Obnubilados por el deseo de tener dinero, chicas, whisky, autos, un día se meten en una casa vacía y arman una fiesta que termina mal. Jack es llevado de vuelta al orfanato. Allí vivirá meses en un pozo de castigo por atacar a un guardia, desnudo y sin ver la luz. El relato de estos días es tan angustiante, tan aterrador que uno no comprende cómo es que Jack no se entrega a la locura.

La acción salta a 1954. Jack está en San Francisco, y vuelve a encontrarse con Denny. Este se ha convertido en un ladrón, y se la pasa de fiesta con un par de chicas, Mona y Sue. Jack se suma al grupo, y vive semanas de sexo y alcohol. Y en medio de una borrachera interminable, un día se da cuenta de que lo están juzgando por algo que, honestamente, no recuerda si ha sucedido o no. Lo cierto es que termina preso en San Quintín. Allí aprende a sobrevivir en la cárcel —trabaja en la cocina, estudia—, y compartirá celda con su viejo conocido Billy Lancing, preso por una estafa menor. Lejos de los clichés que retratan a la sexualidad carcelaria como violenta y deshumanizada, Jack y Billy se hacen amantes. Más aún: aunque Jack pretenda negarlo, y ni de cerca pueda verbalizarlo, están enamorados. Al final de esta etapa, Jack llora con amargura, como nunca lo había hecho antes en su triste vida.

Ya fuera de San Quintín, en 1956, Jack está decidido a cambiar de vida. Trabaja duro en una panadería. Luego de un altercado con unos clientes arrogantes y algo pasados de alcohol, comienza una relación con Sally. Sally es una joven buscavidas, divorciada de un actor famoso, y que frecuenta a amigos millonarios. Ni Jack ni Sally parecen personas aptas para la institución matrimonial. Sin embargo, viajan a Las Vegas y se casan. Tienen un hijo —bautizado Billy Lancing Levitt—, pero la relación es tan tormentosa y dañina que Jack echa de casa a su mujer. Él intenta quedarse con el chico, pero al final termina lejos del pequeño Billy. A Jack no le queda entonces otra opción que volver a empezar.

Esa es más o menos la historia. Que ya por sí sola es atrapante. Pero no es todo.

Dura la lluvia que cae es una novela a la que no es fácil ponerle una etiqueta de género. La presencia del delito y la violencia la acercan a la novela negra. Pero más que a géneros, remite a autores: lo carcelario, a Edward Bunker; el frenesí beatnik de vivir ahora, con la certeza de un futuro chato, muerto, a Kerouac; las atormentadas conciencias de sus personajes, ávidos de redención, a Dostoievski (autor que el mismo Jack lee en la novela).

Sin embargo, lo más fuerte que tiene Dura la lluvia que cae es que es —tal como dice George Pelecanos en el excelente prólogo— “una novela de ideas”. A través de las vidas de Jack y Billy, hombres que no encajan en nada, Carpenter construye este alegato contestatario, anti sistema, que cuestiona toda una forma de vida que desborda crueldad e inhumanidad. Y no lo hace ni desde el panfleto fácil, ni subido a ningún pedestal, sino que monta estos dos inolvidables personajes y nos abre sus conciencias y sus corazones. Pensar que este pedazo de novela fue publicado en 1966, mucho antes de que la corrección política lo contaminara todo y se erigiera como una forma velada de censura, produce una mezcla de asombro y de esperanza. Asombro por la valentía con la que se trata, por ejemplo, el tema racial en la negritud a medias de Billy. O por la crudeza para abordar la homosexualidad. No desde lo explícito, que es lo que habitualmente ofende al biempensante mediopelo, sino por el tratamiento en cuanto a amor entre varones, infinitamente más incómodo y, por tanto, movilizador. Y esperanza porque me vuelve a poner delante de los ojos la evidente potencia de la Literatura (así, con mayúsculas) como instrumento para preguntarnos sobre nosotros, nuestro mundo, nuestro propósito y sentido.

Es dura y difícil, pero no dejes pasar esta lluvia: es imperdible.

Traducción: Ramón de España

11/12

lunes, 30 de enero de 2012

Un violento sapucai

Chamamé, Leonardo Oyola



Como ya he dicho, este blog obedece exclusivamente a mis caprichos de lector, a la vez que pretende ser un registro más o menos minucioso de todas mis lecturas que se encuadren en el género. Cuando digo todas son todas. Y si de pronto me hago fan de un autor, y se me ocurre leer una serie entera de diez libros del mismo detective… y bueno, habrá que fumarse la tira de comentarios. Es lo que hay.

Hecha la aclaración, ahora sí: ¡otra lectura de una novela de Leo Oyola!

De entradas anteriores creo que ha quedado clara mi admiración por su obra, así que en el párrafo dedicado al autor sólo diré que Chamamé confirma todo lo que pienso de Oyola: tiene una sangre distinta, un motor tuneado que viaja por el carril rápido, lejos de la mayoría de los escritores de su “generación”.

El Perro narra esta historia. Se llama Manuel Ovejero, y a lo largo de la novela, con permanentes flashbacks, nos irá poniendo al corriente de su vida de delincuencia, que hoy por hoy tiene un solo sentido:  vengarse de un viejo socio y actual archienemigo, el Pastor Noé.

Si uno quisiera simplificar mucho, pero muuucho, podría decir que Chamamé es básicamente eso: una historia de venganza, un ajuste de cuentas. Ahora, entre nosotros, yo diría algunas cosas más, a ver si puedo neutralizar mi torpeza y transmitirles algo de todo lo que es Chamamé, además de “una historia de venganza”.

Empezaría por ese maravilloso par de personajes que son el Perro y el Pastor. El Perro, que arranca su historia en un puterío de ruta, allá cerca de la Triple Frontera. Perro sensible y violento, que ha sufrido por amor y que recuerda los frentokis de su viejo. Ladrón endurecido y perdedor, termina dando con sus huesos en una miserable y caliente cárcel de provincia. Más precisamente en el pabellón de los evangelistas, donde supone que podría pasársela un poco mejor. Lo que no sabe es que ahí se cruzará con el Pastor Noé. Loco, embustero, asesino sanguinario, traidor: todos esos calificativos le caben a Noé, pero no alcanzan ni para un borrador de este terrible personaje.

El Perro y Noé: socios que se salvan la vida mutuamente, y luego a fuerza de traición se hacen enemigos a muerte. Enemigos de esos que son motor maldito que impulsa, dueños del sueño y del insomnio. El Perro y Noé: dos caras, misma moneda.

Después de los personajes, seguiría por la música. Permanente FM de los ochenta, de fondo en todas las novelas de Oyola, en Chamamé la música es más que eso: es material narrativo. Lecciones de rocanrol al pie de un jukebox caprichoso, herramienta de levante pueblerino; palabra de Dios que baja en los versos de Turf o la Bersuit. Vista así, Chamamé es también un musical hecho libro.

Y qué decir de los escenarios y la puesta en escena. Pueblos paupérrimos, pisos de tierra, calor y rutas desiertas. Autos poderosos y fantasmales que levantan polvo en persecusiones de cine; armas con nombre propio; peleas coreografiadas y forajidos tarantinianos como los Paraguas Asesinos.

Chamamé es western tumbero y musical negro. Chamamé es road movie litoraleña y pulp. Chamamé es una gran novela que no vas poder largar hasta dar vuelta la última página.


1/12

lunes, 2 de enero de 2012

La bestia de los bajos fondos

No hay bestia tan feroz, Edward Bunker


A esta altura del partido, ¿qué parte de la obra de James Ellroy nos queda por leer? Correcto:  los prólogos. Y, en mi caso, parece que Ellroy se me está convirtiendo en un recomendador a tener en cuenta. Gracias a él conocí, entre otros, a Winslow, a Wambaugh y ahora a Edward Bunker. “La gran novela de los bajos fondos de Los Ángeles”. Así nomás.

Max Dembo sale en libertad condicional luego de ocho años en prisión. Como es lógico, todo le resulta abrumador: las calles, los ruidos, los autos, las mujeres en short. El tipo no sabe muy bien qué hacer. Desde luego, viene con el chip seteado —“voy a cambiar de vida”—, pero le falta saber el cómo. A medida que pasan los días, ese propósito firme al principio se va limando en el roce con su viejo mundo —sus amigos delincuentes, los compañeros yonquis, white trash de “chabolas” y trailers— y pasa a ser apenas una tibia expresión de deseos. Hasta que, luego de soportar las humillaciones del despreciable Rosenthal, su agente de la condicional, Max tira todo por la borda: se “libera” por segunda vez y asume frontalmente su condición de delincuente.

A lo largo de un raid por esos bajos fondos que menciona James, vamos conociendo a la fauna habitual de ladrones, putas, traficantes, pobres chicas maltratadas y tontas chicas que buscan aventura. Max y dos excompañeros de la prisión que están en apuros deciden dar un golpe maestro: el asalto a una joyería (tanto en este como en otros pasajes de la novela el detalle y la minuciosidad en el planeamiento asombran al punto en que, como lectores, aprendemos una buena cantidad de yeites del negocio del asalto a mano armada). Por supuesto, las cosas ahí no salen como estaban previstas, pero no seré yo quien les cuente para dónde sale el tiro.

Es mucho lo que se ha dicho de Edward Bunker, y todo está en internet. Recomiendo que le echen un vistazo a su vida alucinante, en la que pasó de ladrón a actor —se soprenderán al saber que lo han visto en rol secundario en alguna peli famosa— y a solicitado guionista en su Hollywood natal. Sólo les diré acá que la escritura que despliega en esta, su primera novela, escrita en la cárcel, es demoledora. De una eficacia y una agilidad atrapantes. Con personajes sólidos que hablan diálogos creíbles.

Pero no es sólo por eso que hay que leerlo a Bunker. Agrego mis tres razones. La primera: la aguda, corrosiva y feroz crítica a la sociedad yanqui y su sueño americano. A la manera de un Bukowski no tan borracho pero más violento, Bunker también levanta la alfombra y nos muestra lo que se esconde debajo, de donde es difícili salir. La segunda: el magnífico viaje al interior de la mente del criminal, del marginado, del rechazado. Con reflexiones profundas, a veces de una contundencia brutal, otras rozando la autocomplacencia, Max nos enseña su particular forma de ver el mundo. Un mundo determinista en el que si sos un delincuente, vas a morir como un delincuente. Curiosamente, una afirmación que la propia vida de Bunker parece desmentir. Y, hablando de vida, pasamos a la tercera de mis razones: No hay bestia tan feroz —y calculo que también las otras obras de Bunker— constituye todo un ejemplo a considerar cuando se reflexione sobre la relación entre la propia experiencia y la escritura. ¿Cuánto del mérito de esta novela se debe al pasado criminal y carcelario de Bunker, “reciclado” después en escritor exitoso? ¿Es posible escribir una novela así sin haber vivido así? ¿Qué plus hace falta?

Lectura imprescindible.
Traducción: Laura Sales Gutiérrez
12/11