Mostrando entradas con la etiqueta Leonardo Oyola. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Leonardo Oyola. Mostrar todas las entradas

viernes, 1 de junio de 2012

La pesadilla de cualquier jurado

Se conocieron hoy los finalistas a los prestigiosos premios que otorga la Semana Negra de Gijón.

Acelerados por tanta buena letra llegando al podio, felicitamos a todos los autores, y en especial a los queridos amigos de la casa Cristina Fallarás (Las niñas perdidas), Kike Ferrari (Que de lejos parecen moscas), Leonardo Oyola (Kryptonita) y Carlos Salem (Un jamón calibre 45).


 

Los lectores, felices. Y levantando apuestas.

Los jurados… bueno, ¡ahora los quiero ver a los jurados!


domingo, 5 de febrero de 2012

El olor de la justicia


Ya les conté que estuve en el pabellón de los evangelistas y que me convertí a la religión para no terminar siendo un gato en cualquier otro rancho. Pisando el acelerador de la chevy buscando alcanzar a Noé para cagarlo a corchazos me reconocí más religioso de lo que creí que era.
En mis ganas de vengarme estaba la base de mi fe.
Una fe a la que toqué por primera vez en la misma ruta por la que ahora iba quemando el asfalto de esa parte de Corrientes.
Una fe en la justicia que me iba a traer la Itaka cuando saliera del piso de mi asiento.
Justicia divina que me daba el hecho de tener un arma, para sacar chapa de juez y verdugo con un movimiento del dedo índice en gancho.
Y todo porque la justicia huele a pólvora.

(Leonardo Oyola, Chamamé,  Madrid, Salto de página, 2007, pg 106)

viernes, 3 de febrero de 2012

Decálogo


No traicionarás.
No dejarás abandonado a tu compañero en un hecho.
No te encamarás con su hermana.
No descuidarás a su familia.
Será biducha el o los rati con los que pierda tu compañero.
Le pondrás el pecho a la plata y no te comerás los mocos.
Se la darás al que tiene la astilla y nunca al que le hace falta.
No harás ruido.
Cuando tengas la astilla sabrás abrocharte.
Y cuando te toque bailar con la más fea, Guns N’ Roses… serás ciego, sordomudo, como canta la Shakira.

Esos son los diez mandamientos del gremio.



(Leonardo Oyola, Chamamé,  Madrid, Salto de página, 2007, pg 105)

miércoles, 1 de febrero de 2012

Para bailar rocanrol


—Quiero que me enseñes a bailar.
Julia me podía. La verdad, me podía.
—Manejás media hora con cualquiera de los brazos. Con la zurda arrancás justo en el minuto treinta y volvés al cero, contrariando las agujas del reloj. Marcás de vuelta media hora y de nuevo al minuto cero —la guié dibujando el semicírculo—. La derecha es la que completa los otros treinta minutos del recorrido. La que va de la media hasta la hora. De esto no te olvides nunca: tus hombros y los de tu pareja, siempre paralelos. Estamos corriendo una picada y ninguno de los dos se saca ventaja, ¿entendés?
  
Rockin' it hard 
(Leonardo Oyola, Chamamé, Madrid, Salto de página, 2007, pg 62)

lunes, 30 de enero de 2012

Un violento sapucai

Chamamé, Leonardo Oyola



Como ya he dicho, este blog obedece exclusivamente a mis caprichos de lector, a la vez que pretende ser un registro más o menos minucioso de todas mis lecturas que se encuadren en el género. Cuando digo todas son todas. Y si de pronto me hago fan de un autor, y se me ocurre leer una serie entera de diez libros del mismo detective… y bueno, habrá que fumarse la tira de comentarios. Es lo que hay.

Hecha la aclaración, ahora sí: ¡otra lectura de una novela de Leo Oyola!

De entradas anteriores creo que ha quedado clara mi admiración por su obra, así que en el párrafo dedicado al autor sólo diré que Chamamé confirma todo lo que pienso de Oyola: tiene una sangre distinta, un motor tuneado que viaja por el carril rápido, lejos de la mayoría de los escritores de su “generación”.

El Perro narra esta historia. Se llama Manuel Ovejero, y a lo largo de la novela, con permanentes flashbacks, nos irá poniendo al corriente de su vida de delincuencia, que hoy por hoy tiene un solo sentido:  vengarse de un viejo socio y actual archienemigo, el Pastor Noé.

Si uno quisiera simplificar mucho, pero muuucho, podría decir que Chamamé es básicamente eso: una historia de venganza, un ajuste de cuentas. Ahora, entre nosotros, yo diría algunas cosas más, a ver si puedo neutralizar mi torpeza y transmitirles algo de todo lo que es Chamamé, además de “una historia de venganza”.

Empezaría por ese maravilloso par de personajes que son el Perro y el Pastor. El Perro, que arranca su historia en un puterío de ruta, allá cerca de la Triple Frontera. Perro sensible y violento, que ha sufrido por amor y que recuerda los frentokis de su viejo. Ladrón endurecido y perdedor, termina dando con sus huesos en una miserable y caliente cárcel de provincia. Más precisamente en el pabellón de los evangelistas, donde supone que podría pasársela un poco mejor. Lo que no sabe es que ahí se cruzará con el Pastor Noé. Loco, embustero, asesino sanguinario, traidor: todos esos calificativos le caben a Noé, pero no alcanzan ni para un borrador de este terrible personaje.

El Perro y Noé: socios que se salvan la vida mutuamente, y luego a fuerza de traición se hacen enemigos a muerte. Enemigos de esos que son motor maldito que impulsa, dueños del sueño y del insomnio. El Perro y Noé: dos caras, misma moneda.

Después de los personajes, seguiría por la música. Permanente FM de los ochenta, de fondo en todas las novelas de Oyola, en Chamamé la música es más que eso: es material narrativo. Lecciones de rocanrol al pie de un jukebox caprichoso, herramienta de levante pueblerino; palabra de Dios que baja en los versos de Turf o la Bersuit. Vista así, Chamamé es también un musical hecho libro.

Y qué decir de los escenarios y la puesta en escena. Pueblos paupérrimos, pisos de tierra, calor y rutas desiertas. Autos poderosos y fantasmales que levantan polvo en persecusiones de cine; armas con nombre propio; peleas coreografiadas y forajidos tarantinianos como los Paraguas Asesinos.

Chamamé es western tumbero y musical negro. Chamamé es road movie litoraleña y pulp. Chamamé es una gran novela que no vas poder largar hasta dar vuelta la última página.


1/12

jueves, 15 de septiembre de 2011

La importancia de bailar

¿Cómo podía ser que en algunas cosas fuéramos un calco y en otras tan diferentes a estos pendejos?

La veo a la Evi. Lo veo al Marcelo. Y aunque tengamos la misma edad, parecen mucho más viejos que nosotros. Y la veo a la Abi. Y lo veo al Luchi. Y ellos sí que parecen de nuestra edad, aunque nosotros tengamos las edades de los padres. Si me preguntan a mí la que voy a batir es que dejar de bailar es lo que te pone medio momia. Y si dejás de ir a bailar siendo todavía un guacho, al toque pintó el jubilado mal.

(Ráfaga)

(Leonardo Oyola, Kryptonita, Buenos Aires, Mondadori, 2011, pág 152)

lunes, 12 de septiembre de 2011

Hermanos abrazados, hermanos en armas

Kryptonita, Leonardo Oyola

Invierno. Madrugada de un lunes sin luna. Hospital Paroissien, La Matanza, conurbano bonaerense. Un mediocre doctor pasado de rosca aguanta, esperando transitar con cierta calma las últimas cuatro de las 72 horas corridas de su servicio. Pero una banda de delincuentes —“fuertemente armados”, diría la crónica— irrumpe en la guardia y destroza sus planes: se le vienen al médico las horas más agitadas, emocionantes, terroríficas y divertidas que ha vivido en mucho tiempo. Y al lector… ¡ni te cuento!

Los que han llegado son el Ráfaga, el Faisán, Lady Di, la Cuñataí Güirá, Juan Raro y el perrito Miguel. Es decir, la banda de Nafta Súper. Son conocidos por todos en la zona. Traen muy malherido e inconsciente a su jefe, y le “sugieren” al mediocre doctor que mejor que lo salve, “que llegue con vida al amanecer, y todos contentos”. Y el “nochero” sigue pensando “cuatro horas… me faltaban cuatro horas…”, mientras un diablito de color amarillo que sólo él ve sale de los rincones para reírse de su desgracia. No hace más que revisar a Pinino, el verdadero nombre de Nafta Súper, para darse cuenta de que algo no cierra. Algo no es normal acá.

Y encima al rato cae la Bonaerense, el verdadero enemigo, el que nunca trae buenas intenciones.

Así las cosas, atrincherados en la guardia de un hospital desierto, preguntando poco y escuchando mucho, el alucinado doctor va conociendo —de boca del Ráfaga, de Lady Di, del Federico, que no será el Caballero, pero es el Señor de la Noche— cómo es la historia de Pinino y su banda. De sus correrías por todo el Oeste. De sus amores y sus odios. De la amistad que los une, de la sangre que los hermana.

Esquivando a la policía por pasillos estrechos, o bailando amaneceres en patios de tierra, estos súper-vivientes se las arreglan para conservar la Amistad como la fuente de poderes que los hace súper-héroes. No siempre es fácil la vida en el Oeste, parecen decirnos, pero siempre será Vida si están los amigos. Los hermanos en armas, los hermanos abrazados. En el fondo, de eso se trata para mí Kryptonita: es una historia de la amistad como inagotable, incorruptible motivo de celebración. De Fiesta, así, con mayúscula.

Cada lector podrá rescatar distintas virtudes de esta novela. Que el ritmo de la narración fluye ágil. Que Oyola tiene oído absoluto para captar el neohabla del suburbio. Que el humor emociona, y que la emoción provoca sonrisas. Que las acertadas referencias a la cultura popular (cómics, fútbol, música, boliches) construyen con solidez el mundo de este grupo de adorables delincuentes. Etcétera, etcétera. Pero de todas esas cosas, insisto, yo me quedo con aquella de la amistad. “Tatuajes, lealtad, orgullo humilde, es lo único que tengo para mostrar”: a mí me pegó por ese lado.

En resumen: me divertí como loco leyendo Kryptonita. Y me emocioné hasta el puchero, para qué negarlo. Sucede que uno no necesariamente ha compartido la misma geografía que el autor (leí por ahí que esta es la novela más autobiográfica de Oyola: no lo conozco personalmente, pero me cierra, ¡claro que me cierra!) ni tampoco uno es un delincuente, al menos no de armas tomar como esta banda. Pero así y todo, no pude evitar sentirme un poco cómplice.

Y quererlos un montón.

----------------------------------------------

PS: merecería un post aparte (y, por qué no, un concurso entre lectores en Facebook) la enumeración de personajes de TV, de folklore del fútbol, de películas… Desde la hinchada de Almirante Brown hasta Carozo y Narizota y Meteoro y Socolinsky. Desde Jesse James y ¡SkyLab! hasta Música total y Johnny Allon y hasta Notting Hill y Footloose … Y en la música, agarrate con el soundtrack: Los Abuelos de la Nada, Duran Duran, Alphaville, Los Cafres, Jagger, los Stones, Madonna, Carlos Baute, Peter Cetera, Dire Straits, Poison, Don Johnson y ¡Kenny Loggins, madre mía! Terri y su Karaoke criminal se harían un festín…


PS2: Casi me olvido. Es para vos, Cabeza de Tortuga: ¡la tenés adentro!

9/11

domingo, 13 de febrero de 2011

Más magia orillera

Sacrificio, Leonardo Oyola


Segunda parte de la que será una tetralogía, llegan en Sacrificio nuevas aventuras de Fátima Sánchez, la Víbora Blanca, en su eterna guerra con la Marabunta. La acompañan dos de sus amigos, los que sobrevivieron al episodio anterior (ver Santería): Aguirre, el Emoushon… Y la acompaña el bebé que lleva en su vientre, botín codiciado por su malvadísima rival.

Novela que se lee ágilmente, de diálogos rápidos, aunque no siempre ricos. El personaje de mayor peso es la propia Fátima, quien arrastra la pesada carga de ver su futuro. Sabe su destino, y sabe que tiene que luchar y sufrir para torcerlo. En este trance, Aguirre, el Emoushon y Xica da Silva (prima y rival) la secundan con alguna eficacia.

Lo más interesante vuelve a ser el lenguaje callejero, de submundo cuasi-tumbero, la constante aparición de los mitos populares y las creencias autóctonas de nuestro país, y las referencias a la cultura pop (música y, en este caso, cine). Oyola usa todo esto como herramientas valiosas para la construcción del universo en el que transcurren sus dos novelas. También contribuyen los escenarios, imprecisos pero identificables, de Buenos Aires y en esta ocasión, también del interior del país.

En cuento al estilo, noté problemas en ciertos diálogos. Y se me ocurre que también hay algunas objeciones para hacer en cuanto al punto de vista de la narradora en ciertos tramos… a menos, claro, que asumamos que, al ser vidente, también es omnisciente.

De todas formas, más allá de estos detalles, sigo pensando que Oyola es uno de los narradores más interesantes que aparecieron en nuestra literatura últimamente. Cuando digo “nuestra literatura” me refiero a nuestra por argentina, y nuestra por género.

Esperaré con mucho interés sus próximas novelas.

10/10

martes, 19 de octubre de 2010

Magia y violencia en las orillas

Santería , Leonardo Oyola

Santería es la primera novela de la que será una saga de cuatro, a editarse en la interesante colección Negro Absoluto (que incluye, casualmente, la novela del comentario anterior, Lejos en Berlín).

Juan Sasturain, su director, escribe una contratapa por demás vendedora, y que motivó que me comprara esta novela, aún cuando consideré fallida la anterior que había leído del mismo autor, Siete & el Tigre Harapiento.

Y debo admitir que Oyola esta vez respondió a las expectativas creadas en la contratapa.

Santería es una veloz, violenta, entretenida historia que transcurre en los años 90 en algunas villas miseria de Buenos Aires (¿reales o ficticias? ¿importa?): Puerto Apache y el Jabutí. La primera, situada al lado de la Costanera Sur, vive sus últimos días, próxima a ser barrida por la que años después será la huella más visible a nivel urbano del oropel menemista: Puerto Madero. La segunda podría ser uno de los tantos asentamientos de la zona del Bajo Flores, atiborrados de inmigrantes de países limítrofes.

En estos escenarios muy bien recreados se mueve la protagonista y narradora, Fátima Sánchez, conocida como La Víbora Blanca.

Fátima es una joven bruja que lee las cartas, que ha perdido un amor de su vida, el maleante Ray, y que perderá otro amor de su vida, el policía Charly … y que puede ver el futuro en el llanto de las palomas. Un futuro atravesado por la presencia de su enemiga, la Marabunta. Absolutamente malísima, la Marabunta no acepta que Fátima se rebele contra ella, y promete destruirla, herirla en donde más le duele. Pero Fátima no está sola: la acompañan su sobrino Danielín, su amigo el Emoushon y el policía Aguirre, quienes están dispuesto a dejar todo para defenderla de la Marabunta y su ejército de guardaespaldas.

Así las cosas, la historia transcurre oscilando entre la violencia del policial más duro, y las referencias a lo religioso y a lo esotérico, a través de la fuerte presencia de santos e íconos de la fe popular de nuestro país (San Jorge, el Gauchito Gil, San La Muerte). Y todo embebido en un ambiente barriobajero, orillero, con permanentes alusiones a la cultura pop, especialmente en el soundtrack de la novela (desde la cumbia al pop, desde La ventanita del amor a A total eclipse of the heart), en “el llorar de las palomas” que lee Fátima (¿alusión al ochentoso tema de Prince?) y en los modos en que se nombran los personajes entre ellos (el mismo apodo del Emoushon, o los Kevin Costners, que como en la película con Whitney Houston, aquí son los guardaespaldas de la Marabunta).

Buen arranque de Oyola para esta primera parte. ¡Vayamos por más!

5/10