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lunes, 23 de abril de 2012

Efecto Parker


Gorreó un cigarrillo a la camarera. Un Marlboro. Arrancó el filtro, lo tiró al suelo y se lo colocó entre sus labios exangües. Ella se lo encendió, inclinándose hacia él con el pecho sobre la barra, como un ofrecimiento. Una vez encendido, asintió, dejó una moneda de diez centavos en la barra y se largó sin decir palabra.
Ella le siguió con la mirada, roja de rabia, y arrojó la moneda a la basura. Media hora después, cuando la otra camarera le dijo algo, la llamó perra.

(Richard Stark, A quemarropa, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 17)

domingo, 22 de abril de 2012

Sí o no


La conversación prosiguió. Finalmente, el señor Carter dijo:
—Muy bien. Espere un momento. —Cubrió el auricular con la mano—. Quiere llamar a uno de los otros dos, a Florida. Después volverá a llamarnos.
Parker meneó la cabeza.
—En cuanto usted cuelgue enviará a un ejército. Lo haremos en una sola llamada.
El señor Carter transmitió esta información y después explicó a Parker:
—Dice que en ese caso la respuesta es no.
—Déjeme hablar con él.
—Quiere hablar con usted.
El señor Carter le alargó el auricular.
—¿Cuánto vale este Carter para usted? —preguntó Parker.
La voz que sonó junto a su oído era áspera e irritada.
—¿A qué se refiere?
—O me pagan o Carter es hombre muerto.
—No me gusta que me amenacen.
—Nadie lo hace. Si me dice usted que no, mataré a su señor Carter, y después iré a por usted. Dejaremos que su compañero de Florida decida. Y si dice que no, le mataré a usted y entonces le tocará el turno a él.
—¡No puede cargarse a toda la organización, maldito estúpido!
—Sí o no.
Parker esperó, sin mirar nada, oyendo únicamente el sonido de la respiración al otro lado de la línea. Al fin la voz enfadada dijo:
—Se arrepentirá. No podrá huir de nosotros.
—Sí o no.
—No.
—Espere un momento.
Parker dejó el auricular y dio la vuelta a la mesa. El señor Carter parpadeó y después se abalanzó hacia el cajón.
Logró abrirlo, pero Parker cogió la pistola antes que él.
El señor Carter se levantó rápidamente, tratando de ponerse a cubierto, y Parker le clavó el cañón en el vientre para amortiguar el sonido. Apretó el gatillo y el señor Carter se encogió sobre sí mismo, se deplomó primero sobre la butaca, se golpeó luego la cabeza contra la mesa y cayó, finalmente, al suelo. Parker dejó la pistola y cogió el teléfono.
—Muy bien —dijo—. Ya está muerto. Tengo su nombre y su número de teléfono. Dentro de cinco minutos tendré su dirección. Dentro de veinticuatro horas le tendré entre mis manos. Sí o no.
—¡Dentro de venticuatro horas estará muerto! Ningún hombre puede enfrentarse solo a la organización.
—Hasta la vista —se despidió Parker.

(Richard Stark, A quemarropa, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 157)

viernes, 20 de abril de 2012

Parker

Parker caminaba por el arcén cuando un jovencito se detuvo a su lado y se ofreció a llevarle en su Chevrolet. Parker le dijo que se fuera al infierno. El tipo replicó: “Que te follen”, sacó el Chevrolet del arcén de un volantazo, se sumá al tráfico y se alejó hacia las cabinas de peaje. Parker escupió en el carril derecho, encendió su último cigarrillo y cruzó el puente George Washington.

[…]

Las oficinistas le miraban al rebasarle y sentían vibraciones más arriba de sus medias. Era corpulento y musculoso, de hombros anchos y cuadrados, y brazos demasiado largos en mangas demasiado cortas. Llevaba un traje gris, consumido por los años y la falta de planchado. Llevaba zapatos y calcetines negros y agujereados: los zapatos por la suela, los calcetines por el talón y los dedos.
Sus manos, que balanceaba con los dedos curvados, parecían moldeadas en arcilla por un escultor que pensaba a lo grande y tenía debilidad por las venas. Su pelo era castaño, seco y mate, y volaba como un peluquín impreciso a punto de desprenderse. Su rostro era un pedazo de cemento rayado, y sus ojos, un mineral resquebrajado. Su boca era como un navajazo. La americana le revoloteaba por la espalda y los brazos se balanceaban con soltura mientras caminaba.
Las oficinistas le miraban y se estremecían. Sabían que era un cabrón, sabían que sus manos habían sido hechas para abofetear, sabían que su rostro jamás se iluminaría con una sonrisa al mirar a una mujer. Sabían lo que era, daban gracias a Dios por tener un buen marido, pero continuaban estremeciéndose. Porque sabían cómo caería, de noche, sobre una mujer. Como un árbol.

(Richard Stark, A quemarropa, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 15)

miércoles, 18 de abril de 2012

El hard-boiled nuestro de cada día

A quemarropa, Richard Stark



Como lector de novela negra debo mantener cierto equilibrio: de vez en cuando me viene bien un shot de genuino hard boiled. Es decir, una historia fuerte, de violencia pura y dura que me golpee la cabeza. Nada de denuncia social explícita, una desnuda de todo humor, sin motivaciones pasionales: sólo un botín que cambia de manos, alta traición, venganza y muerte. Si encima la protagoniza un personaje inolvidable, mejor.

Y Parker es un personaje inolvidable. No es que lo diga yo: lo confirma una serie de 24 novelas. La primera etapa se editó entre 1962 y 1974. Parker reapareció 23 años después —todo un indicio de “personaje inolvidable”— para una nueva etapa exitosa de ocho novelas, interrumpida por la muerte del autor (Richard Stark, seudónimo de Donald Westlake, se fue junto con el año 2008). De todas ellas, sólo leí esta que nos trae la Serie Negra de RBA que es, casualmente, la primera de la serie (“nos trae” es un decir: hasta el momento, sigue muy limitada la distribución en Buenos Aires de la SN de RBA).

Parker llega a Nueva York dispuesto a cobrarle a Mal Resnick su traición. ¿Cómo puede pagar Mal? Simple: con su vida. Claro que antes debe devolver a Parker sus 45 mil dólares. De dónde salieron esos dólares, cómo intervino en la traición Lynn, la mujer de Parker, por qué este llega a la ciudad con menos que un pordiosero y cómo termina enfrentando a toda una organización mafiosa que no entiende muy bien de qué forma tratarlo son datos que iremos conociendo con flasbacks y precisos cambios de puntos de vista. Sin embargo, más allá de una trama ágil y bien pensada, no tengo dudas de que lo que deslumbra en A quemarropa es Parker.

Violento al extremo, sin moral, sin códigos. Dispuesto a cualquier cosa para lograr su objetivo. Inteligente y muy muy duro. Sólo con sus manos ya resulta peligrosísimo. Parker —así, a secas, sin nombre de pila— no es un héroe: es un asesino que busca venganza. Deslumbrante e incorrecto, cuando Parker va a interrogar a una mujer y esta le abre la puerta, primero la manda al piso de una bofetada y después la saluda. Por la noche se baja una botella de vodka del pico para dormirse. ¿Resaca? Eso es de flojos.

Y a pesar de/gracias a todo esto es que seguimos con atención sus pasos, deseando en el fondo que pueda consumar su venganza.

He reseñado en este blog a personajes violentos, protagonistas de series. Me vienen a la mente dos, a quienes se los ve actuar en Nueva York: Burke y Reacher. No me extrañaría que Parker haya influido en el diseño de esos personajes de Vachss y Child. Son de un molde parecido: tipos eficaces, inteligentes, fuertes, despiadados. Pero el de Stark los supera en violencia. Porque es una violencia ultra concentrada: Parker no se dedica a desentrañar complicadas tramas (como Reacher), ni reflexiona sobre cuestiones sociales (como Burke y el abuso infantil). Parker es una máquina que avanza hacia su objetivo dejando tras de sí un terreno humeante en el que el dolor manda.

Tal vez no sea yo el indicado para decir que Stark/Westlake tiene oficio: su infinidad de obras lo dice mejor. Pero yo me atrevo a señalarlo en algunos ejemplos. El primer capítulo —se recomienda la LGC1 (“lectura gratuita del capítulo 1”) en un rincón de tu librería amiga— es uno de ellos. Allí Stark/Westlake nos describe a Parker, a lo largo de un día inolvidable en el que trabaja estafando a medio Nueva York. Son seis carillas imperdibles. Otro ejemplo de la economía extrema de este maestro es el del extracto que titulé “Efecto Parker”. ¡Cuánto se puede decir con tres palabras!

No te prives de este shot, amigo lector. No te lo pierdas. Acá hay olor a clásico: por la estatura del personaje, y por la trayectoria del autor, te va a pegar fuerte.

¿No eso lo que se busca?

Traducción: María Teresa Segur

3/12