lunes, 2 de enero de 2012

La bestia de los bajos fondos

No hay bestia tan feroz, Edward Bunker


A esta altura del partido, ¿qué parte de la obra de James Ellroy nos queda por leer? Correcto:  los prólogos. Y, en mi caso, parece que Ellroy se me está convirtiendo en un recomendador a tener en cuenta. Gracias a él conocí, entre otros, a Winslow, a Wambaugh y ahora a Edward Bunker. “La gran novela de los bajos fondos de Los Ángeles”. Así nomás.

Max Dembo sale en libertad condicional luego de ocho años en prisión. Como es lógico, todo le resulta abrumador: las calles, los ruidos, los autos, las mujeres en short. El tipo no sabe muy bien qué hacer. Desde luego, viene con el chip seteado —“voy a cambiar de vida”—, pero le falta saber el cómo. A medida que pasan los días, ese propósito firme al principio se va limando en el roce con su viejo mundo —sus amigos delincuentes, los compañeros yonquis, white trash de “chabolas” y trailers— y pasa a ser apenas una tibia expresión de deseos. Hasta que, luego de soportar las humillaciones del despreciable Rosenthal, su agente de la condicional, Max tira todo por la borda: se “libera” por segunda vez y asume frontalmente su condición de delincuente.

A lo largo de un raid por esos bajos fondos que menciona James, vamos conociendo a la fauna habitual de ladrones, putas, traficantes, pobres chicas maltratadas y tontas chicas que buscan aventura. Max y dos excompañeros de la prisión que están en apuros deciden dar un golpe maestro: el asalto a una joyería (tanto en este como en otros pasajes de la novela el detalle y la minuciosidad en el planeamiento asombran al punto en que, como lectores, aprendemos una buena cantidad de yeites del negocio del asalto a mano armada). Por supuesto, las cosas ahí no salen como estaban previstas, pero no seré yo quien les cuente para dónde sale el tiro.

Es mucho lo que se ha dicho de Edward Bunker, y todo está en internet. Recomiendo que le echen un vistazo a su vida alucinante, en la que pasó de ladrón a actor —se soprenderán al saber que lo han visto en rol secundario en alguna peli famosa— y a solicitado guionista en su Hollywood natal. Sólo les diré acá que la escritura que despliega en esta, su primera novela, escrita en la cárcel, es demoledora. De una eficacia y una agilidad atrapantes. Con personajes sólidos que hablan diálogos creíbles.

Pero no es sólo por eso que hay que leerlo a Bunker. Agrego mis tres razones. La primera: la aguda, corrosiva y feroz crítica a la sociedad yanqui y su sueño americano. A la manera de un Bukowski no tan borracho pero más violento, Bunker también levanta la alfombra y nos muestra lo que se esconde debajo, de donde es difícili salir. La segunda: el magnífico viaje al interior de la mente del criminal, del marginado, del rechazado. Con reflexiones profundas, a veces de una contundencia brutal, otras rozando la autocomplacencia, Max nos enseña su particular forma de ver el mundo. Un mundo determinista en el que si sos un delincuente, vas a morir como un delincuente. Curiosamente, una afirmación que la propia vida de Bunker parece desmentir. Y, hablando de vida, pasamos a la tercera de mis razones: No hay bestia tan feroz —y calculo que también las otras obras de Bunker— constituye todo un ejemplo a considerar cuando se reflexione sobre la relación entre la propia experiencia y la escritura. ¿Cuánto del mérito de esta novela se debe al pasado criminal y carcelario de Bunker, “reciclado” después en escritor exitoso? ¿Es posible escribir una novela así sin haber vivido así? ¿Qué plus hace falta?

Lectura imprescindible.
Traducción: Laura Sales Gutiérrez
12/11

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