lunes, 23 de enero de 2012

Siempre hay revancha

El desquite, Rubén Tizziani



Si no fuera por este blog, no estaría comentando un libro de Tizziani… en este blog. Bueno, está bien, intentaré explicarme. Esta actividad de comentar libros me ha puesto en contacto con otros blogueros y con autores de los libros comentados. Gracias a algunos de ellos —Guillermo, Kike, Nico— me enteré de una charla en la SEA. Una Noche de Novela Negra. El homenajeado sería Rubén Tizziani, y entre los participantes de la mesa estarían Guillermo Orsi y Álvaro Abós. Allá fui. Nunca había leído una novela de Tizziani. Pero sí había visto, en los lejanos ochentas, dos películas basadas en libros suyos. El desquite, de Juan Carlos Desanzo, con un inolvidable Rodolfo Ranni protagónico, fue una de ellas. De modo que me conseguí un ejemplar de una vieja edición de Emecé, y me lancé a la lectura.

Así fue que me reencontré con Parini, un mediocre editor en sus cuarenta. Casado con Teresa, dos hijos, piensa que está tranquilo y feliz con su vida chata. Cierto día, revisando viejas cartas, se le mete en la cabeza ubicar a Celco, amigo de andanzas de su juventud. Lo encuentra: es el dueño del Brasilia, un boliche en la Panamericana, y de El Gato, un cabaret del bajo. Celco es, en suma, un hombre de la noche. Tiene una joven mujer, Elena, y a Silvio y a Bermúdez, su gente de confianza. Pero también tiene un muy serio problema: un tal Heredia y sus matones necesitan de lugares como el Brasilia y El Gato para poder ubicar su producto. Pero Celco se planta y rechaza las “invitaciones” para comerciar drogas en sus locales. El resultado es el esperable con gente como esta, que te quita del medio sin el menor remordimiento: Celco recibe dos balazos en el cuello.

Pero es aquí donde comienza la historia. Porque Celco, agonizando en el hospital, en un dramático testamento hablado, les entrega a Elena, Silvio y Parini todas sus propiedades. Entre ellas, los dos boliches. “Pero que mande Parini”, dice, “el 51 por ciento para él”.

Es este legado de Celco el que planta a Parini frente a la posibilidad inesperada de una vida nueva, de un desquite. La noche, universo violento y veloz con sus propias reglas, se abre ante él. Lo deberá encarar, entre el deseo y el terror, tanto para enfrentar a Heredia como para llevarse a la joven Elena. Pero a la vez, con la irrupción de ese mundo de luces, de rojos brillantes, Parini comprende por primera vez el horrible gris en el que ha vivido, en el que se resquebraja su matrimonio con Teresa, fosilizado y frágil por la costumbre.

Con un registro bien negro, del “policial sin policias”, Tizziani nos narra la historia del quiebre de la vida de un hombre común, de cómo lo extraordinario puede siempre aparecer en la diaria “normalidad”. Una historia plena de violencia —no es política la violencia de El desquite, pero estamos en los 70 en Buenos Aires, donde todo es violento—, pero en la que no faltan los momentos de introspección de Parini, las exploraciones de Teresa, que escapan a las convenciones del género puro y duro. El estilo de Tizziani brilla tanto en la frase larga y pulida, evocadora de Onetti y Saer, como en el diálogo cortante y frío. Su forma trabaja a la perfección con la estructura elegida por él para la historia y con los personajes que la protagonizan.

Dice el DRAE que “desquitar” es “reintegrarse de lo perdido, restaurar una pérdida”. Ojalá que charlas como la de la SEA, o la difusión de su obra a través de Internet, sirvan también como un desquite para Tizziani —tanto como para otros autores de aquella generación de los 70—, y hagan que su obra llegue a nuevos lectores.

Como me llegó a mí.
12/11

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