El hombre joven cerró el portón con candado, para después
tirar la llave por una hendija hacia el interior del local. No prestó atención
a la vecina que barría la vereda a esa hora temprana. La anciana, apoyada en la
escoba, lo observó alejarse con paso rápido por la calle Santa Fe. No podía
saber, desde luego, que el muchacho buscaba, apresuradamente, poner distancia
de un cuerpo acribillado apuñaladas.
(“Una cuenta
pendiente (año 1929)”, Alberto Ramponelli, Crónicas del mal, Ezeiza, Muerde Muertos, 2014, pág 63)
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