—¿Kenan no los tiene en la caja de
seguridad?
—Es probable que mucho más que eso,
pero no puedo meterme allí. No se le da a un drogadicto la combinación de una
caja, ni siquiera si es tu hermano. No, a menos que estés loco.
No dije nada.
—No me amarga —añadió—. Sólo estoy señalando
un hecho. No hay ninguna razón en el mundo para que yo tenga la combinación de
la caja. Tengo que decirte que me alegro de no tenerla. No me la confiaría a mí
mismo.
—Estás limpio y sobrio, ahora, Pete.
¿Cuánto hace? ¿Un año y medio?
—Todavía soy borracho y drogadicto, viejo.
¿Conoces la diferencia entre los dos? Un borracho te robaría la billetera.
—¿Y un drogadicto?
—Ah, un drogadicto también te la robaría.
Y luego te ayudaría a buscarla.
(Lawrence Block,
Paseo entre las tumbas, Buenos Aires,
Emecé, 1994, pág 138)
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